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La Mocuana
Cuando era chavalo, mi papá me contaba una de las leyendas más antiguas de Nicaragua. Uno de sus amigos juraba que era verdad, ya que él la vivió en carne propia. Esta tuvo lugar en la ciudad de la Trinidad, en el departamento de Estelí. Norberto Toledo se llamaba el amigo de mi padre, quien juraba que por los pelos se salvó de la muerte.
Norberto Toledo era un trasnochador, bebedor como ningún otro. Su fama de picaflor empedernido era conocida en toda la ciudad. Tenía dos amigos compinches, Juan y Nicolas, quienes le ayudaban por turno a corroborar las mentiras que le decía a su novia de turno. Él vivía a las afuera de la Trinidad, en una pequeña finca de sus padres que se dedicaban a la agricultura. Su primo Mario Toledo, de la capital, lo visitaba de vez en cuando. Los dos eran tal para cual. Justo en esa época, Norberto recibió la visita de su primo a quien llevaba de arriba a abajo con sus amigos para ir a dar serenatas a las muchachas más agraciadas de la Trinidad. El más beneficiado era siempre Norberto quien tenía una labia muy refinada para enamorar a las chavalas. Para festejar siempre iban a la tienda de doña Toña, bromeaban entre pláticas y risas. Bebían cervezas y ron hasta más no poder. Ya casi cayéndose, regresaban a su casa a altas horas de la madrugada.
Doña Socorro, madre de Norberto, siempre vivía preocupada por su hijo que no asentaba cabeza, pero se tranquilizaba al verlo llegar con su primo, abrazados para no caer por lo borracho que andaban. Ella no les decía nada, los dejaba dormir, pero al siguiente día durante el desayuno, mientras se servían la sopa de res para su resaca, los regaños retumbaban en sus oídos como los campanarios de la iglesia.
–¿Cómo puede ser que anden por esos parajes tan de noche?¿Acaso no saben que es peligroso? Hoy temprano vino don Magdaleno y me comentaba que el hijo de don Eusebio, Evelio, anda desaparecido y creen que la Mocuana tiene algo que ver.
–¡Ay vieja! Solo mate son. ¿Cómo creen en eso? De seguro que Evelio se fugó con la novia, acuérdese que el papá de la muchacha no lo quería por vago.
–No digas eso muchacho, no vaya a ser que la Mocuana te lleve a ti.
–Mamá, yo no creo en espantos, ni en cuentos de aparecidos. ¡Qué ridículo!, ¿no crees primo?
–Hijo, todo el mundo sabe la leyenda que encierra ese cerro de la Mocuana.
–¿Qué leyenda es esa tía?
–No me digas que tu mamá no te ha contado.
–Pues no.
–Esta mujer se va a la capital y piensa que es la muy muy… diferente a nosotros.
–No tía, no creo que sea eso, mi mami siempre recuerda La Trinidad con mucho cariño. Ella trabaja mucho y no tiene tiempo ni para ella misma desde que mi papá falleció.
–Bueno, bueno, puede que sea así, pero no te preocupes, yo te voy a contar sobre la leyenda de la Mocuana.
Doña Socorro se sentó en un taburete, al lado de los muchachos que prestaban atención y mientras se sobaba su pierna derecha, empezó su historia:
–Esta leyenda es de origen chorotega. Cuentan que cuando los españoles vinieron a estas tierras el cacique que gobernaba en ese entonces, los recibió y para que no hicieran daño a la tribu les entregó oro como ofrenda para el rey de España. Les hizo prometer que jamás volverían de nuevo, pero esos ambiciosos rompieron la promesa y regresaron tres meses después en busca de más oro. Al ver esto, el cacique escondió el tesoro de la tribu en una cueva cuya ubicación solo era conocida por él y por su hija, pero su hija se enamoró de un español. Este se aprovechó de la ingenua. Ella lo llevó a la cueva y el malvado ya estando dentro la golpeó dejándola inconsciente, saqueó los tesoros, la encerró en la cueva y tapó la entrada principal con una enorme piedra. Al despertar, gracias a su conocimiento del lugar logró salir, pero su decepción y consternación la consumieron y se tornaron en locura. Desde entonces la consideraron bruja y fue llamada Mocuana. En el cerro que lleva su mismo nombre, está la cueva de la desdichada que aparece buscando venganza por la traición de aquel ser amado. Dicen que se aparece en los caminos e invita a los transeúntes a seguirla hasta su cueva y los que entran no vuelven jamás.
Así que, por favor, tendrán cuidado en esos parajes y no harán caso si se les aparece una mujer, que oculta su rostro, de cuerpo esbelto con larga cabellera negra.
–No se preocupe mami, esos son cuentos de viejas no más. Ven primo, vámonos, le dije a los muchachos que vamos a encontrarnos en el parque.
Así se pusieron en marcha; mientras caminaban, Mario miraba a su alrededor de vez en cuando. Al ver esto, Norberto lo vacilaba:
–¿Qué?, ¿no me digas que te dio miedo la historia de la tal Mocuana?
–¿En verdad existió esa princesa india? –preguntó el primo.
–Dicen que sí.
–Dime ¿en cuál de esos cerros es dónde quedó encerrada?, ¿en ese de ahí? –señaló Mario.
–No, ese es el cerro Oyanca, él de allá es el cerro de Hatiyo y ese que está ahí es el famoso cerro de la Mocuana –explicaba Norberto mientras se acercaba al oído de Mario y le susurraba–: “Desde su loma la Mocuana nos vigila…”.
Mario se puso pálido, y Norberto se gozaba con grandes carcajadas.
–Ya pues párala –exigía Mario disgustado.
–No te enojes, vamos que nos están esperando.
Juan y Nicolas, amigos de Norberto, esperaban entusiasmados en el parque, ya que iban otra vez a dar serenata a las muchachas del lugar. Ellos querían practicar y por ello cargaban sus instrumentos musicales. Norberto era el de la voz y Mario le ayudaba con el coro.
Pronto se encontraron y empezaron a platicar sobre sus planes, pero Norberto se salió del tema y conversó sobre la Mocuana. Con su poder de convencimiento logró que los muchachos estuvieran de acuerdo en ir al cerro de la Mocuana, postergando así la serenata. Quedaron en reunirse de nuevo en el parque a las cinco y media de la tarde para ir a aquel lugar.
Ya en la tarde, Norberto y Mario fueron los primeros en llegar, luego sus amigos aparecieron uno a uno. De esta forma iniciaron su caminata hacía el monte de la Mocuana. Salieron de la pequeña ciudad e iniciaron el ascenso del cerro. Transitaron por senderos desiertos y luego por lugares con abundante vegetación y piedras de diferentes tamaños y formas. Mientras caminaban, la noche se asomaba. Tras una hora y media de recorrido encontraron la cueva donde, según la leyenda, el español que traicionó a la Mocuana la encerró. Todos rodearon la entrada de la cueva, pero nadie se atrevía a entrar.
–Bueno y… ¿ahora qué?, ¿entramos? –preguntó Nicolas, inquieto.
–¿Qué? ¿Entrar…? Ni loco hermano, ahí yo no me meto –respondió Juan, temeroso.
–Bueno, bueno, ya que finalizamos la expedición, vamos por algo de beber que tengo seco el gaznate –expresó Mario.
Al oír esa expresión Norberto se hecho a reír.
–Ya estás aprendiendo primo, bien, regresemos, además no trajimos ni una linterna, ni siquiera una candela, así que más da… –decía Norberto.
Con todos de acuerdo empezó el descenso del cerro de la Mocuana hacía la Trinidad. Bajaban presurosos y riendo, pero a Norberto se le desató el cordón de su botín y se distanció del grupo. Se agachó para atarlo, luego se puso de pie y continuó su camino. Sus amigos ya iban un poco lejos, él se apresuró pero sintió un rose en su espalda que lo dejó inmóvil un instante, un escalofrió extraño invadió su cuerpo, se volteó lentamente y vio la silueta de una mujer gallarda con una cabellera larga de color negro azabache. Aunque trataba de ver su rostro le era imposible divisarlo. Quiso avisar a sus amigos pero no pudo, ya que los había perdido de vista. Aquella figura le hacía señas con sus manos, invitándole a seguirla. De alguna manera se sintió hipnotizado y empezó a caminar tras ella. Aquella extraña mujer lo guiaba por el mismo camino que ya había recorrido con sus amigos hasta llegar al pie de la cueva. Ella entró primero y lo invitó para que haga lo mismo. Aquel hombre daba un paso tras otro y casi adentro de la cueva oyó voces que lo llamaban con desesperación:
–¡Norberto…!
Se volteó de golpe y vio a su primo junto a sus amigos que angustiados lo llamaban sin cesar. Norberto reaccionó y regresó a ver la cueva. Aquella mujer se desvanecía, mientras él, del susto, se alejaba de la entrada de la cueva. Mario corrió hacia su primo:
–¿Qué te pasó?¿qué haces?¿por qué quieres entrar?
Norberto estaba anonadado, por lo que su primo y sus amigos temerosos dejaron aquel sitio rápidamente y lo acompañaron hasta la casa.
Al día siguiente, Norberto narró a su primo lo que le sucedió. A Mario, solo con escuchar el relato, se le ponía la carne de gallina. Tras aquel acontecimiento Mario regresó a Managua y Norberto cambió totalmente su forma de ser.
Todos estábamos callados, mi papi terminó la leyenda, se levantó e indicó:
–Bueno niños, ya es hora de dormir.
–Sí, y tengan cuidado, no vaya a ser que la Mocuana se les aparezca… –decía Julio, nuestro tío que llegó de visita y de repente apareció en la cocina. Con gestos advertía– acuérdense que la Mocuana los está vigilando desde su cerro.
Mi mamá Marlene, al ver nuestros rostros llenos de miedo, decidió contarnos otra historia.
–Esta vez les contaré una leyenda diferente a las demás, esta es conocida por los chontaleños, ya que se trata de uno de sus caciques más importantes:
–Al oír las palabras de nuestra abuelita nos calmamos y escuchamos con mucha atención su relato.
Continuará…
Blanco, F. (2017), Historias frente al fogón, Quito, Ecuador.
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